-Lo mejor será un
paseo aéreo.
-Ya. En una escoba…
-Eso es muy primitivo. La
mayoría de las veces ni siquiera es cierto.
Muchos de esos akelarres eran, básicamente, imaginarios.
-Lo suponía.
-Otros eran
dramáticamente ciertos. Pero olvida eso. No es necesario
ningún accesorio para volar. Ni siquiera alas. Basta con
desafiar y
vencer la ley de la gravedad…
-¡Qué
sencillo! ¿No?
-No es sencillo. Hay que contar
con unas cualidades innatas, y un entrenamiento.
-Supongo que tú lo
tendrás. Yo no sé ni de qué hablas.
Al decir esto, Brigitte,
volvió su mirada, antes perdida en el
infinito, hacia arriba a su derecha, buscando los ojos de Fulcanelli.
Al hacerlo, su ceño se frunció, entre
interrogante y burlón.
No encontró los ojos
de él, sin embargo.
La mirada de quien se
hacía llamar Fulcanelli seguía fija en la
contemplación del cielo estrellado.
No pareció advertir
el leve cambio de tono de ella, y su cara barbada
tenía la misma inexpresividad que de costumbre. Y sus ojos,
los que
ella buscaba, permanecían en la sombra.
Sentados en el banco de madera
de aquella plaza, solitaria a esas
horas, el único banco que permitía contemplar un
lienzo de cielo, más
allá de la fuente que aportaba el único rumor a
la noche, en canción
alegre, aunque apagada, las sombras de Brigitte y Fulcanelli se
podían
considerar invisibles, disueltas en el paisaje.
Él no
contestó, ni atendió a la demanda de Brigitte.
Dejó, silencioso y quieto, que pasara un tiempo.
Brigitte esperó
paciente.
Al cabo, Fulcanelli se
volvió hacia ella, esbozando una sonrisa que se reflejaba
casi tan sólo en el brillo de sus ojos.
-Tú posees esas
cualidades innatas –dijo al fin-. Además,
Eugène hizo el entrenamiento por ti. Hace tiempo.
Brigitte no
contestó. Espero una explicación que
suponía seguiría.
-Ese tubo que tanto te inquieta, es el contacto directo con otras
dimensiones. Con ese otro mundo paralelo que ya sospechas. A su
través,
ya Eugène te entrenó, y compartes sus cualidades.
Y, aunque no lo
notes, también sus sentimientos.
|