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Animales y alma, o alma y animales.

alma y animales

En un lugar de la Mancha, más conocido que afamado, andaba Genaro camino de su casa y domicilio. Venía de su pequeña huerta donde estuvo recolectando unas verduras, y al cruzar un encinar próximo al pueblo, ocurrió que el burro en que portaba las dichas verduras, debido a las desigualdades del camino, cayó el asno al suelo, desparramándose la carga con el consiguiente disgusto del hombre, que apostrofó al animal con palabras malsonantes, y diciendo como bien se ve que los animales no tienen conocimientos equivalentes a los poseídos por las personas, y además no tienen un alma con que responder de sus actos.

Produjo el burro unos raros gruñidos incomprensibles para el hombre, pero comprendidos por un ratoncillo que roía las semillas de unas hierbas al lado del camino, con lo cual el ratoncillo se apartó hacia un arbol cercano donde otros ratones parientes suyos también se estaban alimentando y con quienes comentó las frases de Genaro, y pidiéndoles opinión de qué fuera eso del alma, que según Genaro tienen los hombres, pero no los animales.
No tenían los ratones la menor idea sobre el tema, pero picados de curiosidad, decidieron ir a buscar alguien que siendo más instruido pudiera asesorarlos. El más viejo y sabio de los ratones dice que seguramente debe saberlo el búho, considerado por los animales como el más sabio de los bichos por ellos conocidos.

¡Ah, pero el búho tiene la mala costumbre de comer ratones para alimentarse!

Entonces deciden ir a buscar a la liebre, quien tampoco se atreve a ir donde el búho, pero dice que el señor ciervo no teme al búho: Demasiado fuerte para temerle.

Como en el monte todos los animales se conocen, yendo hacia el roble grande donde habita el búho, a los ratones y la liebre se agregan enteradas del asunto unas ardillas y varios gatos monteses, quienes sienten más curiosidad por el caso que deseo de comerse a los ratones, pues ya han desayunado. Al saber de qué se trata tan rara unión de animales, dos cabras salvajes y tres jabalís también se unen, e incluso el señor lobo y doña zorra se comprometen a no comerse a nadie e ir hacia delante y bueno, cuando llegan al roble viejo, domicilio del búho, algo más de medio centenar los curiosos bichos, en un armisticio de no hacerse unos a otros daño hasta saber lo que ya interesaba a todos.
No está el búho de muy buen humor, pero convencido por aquella asamblea, les escucha atentamente, se encoge sobre su propio cuerpo volviendo los grandes ojos, y dice que él tampoco tiene idea de cómo o qué es eso que ellos quieren saber.

Opina búho cómo es posible que la señora lechuza sí lo sepa, pues como va a la iglesia, que es donde se alimenta del aceite de las lámparas, que el gusta mucho, y allí es donde más cantidad de personas se reúne de todos los lugares conocidos por los animales; y que también en las bóvedas de las iglesias residen los murciélagos, que como no salen de día, allí pasan quietecitos la mitad de su vida; opina el búho que conocer la opinión de lechuza y murciélagos llevará al menos tres días, y en fin deciden los bichos prorrogar el armisticio de no comerse unos a otros durante a lo razonable cinco días. O sea, cinco días pasados, se han de reunir allí mismo, en el roble domicilio del búho, quien les hará saber qué haya averiguado la señora lechuza.

Ni Genaro ni otro cualquiera vecino del pueblo dieron importancia al hecho de cómo los animales iban y venían por el encinar durante esos días, y no hubo ocasión de que persona alguna pudiera contemplar la asamblea de irracionales que cinco días después fueran a reunirse ante el viejo roble gigante; pero allí estuvieron al menos dos bichos de cada raza la tarde de domingo elegida para la ocasión, por ser el domingo cuando el personal sale menos de casa. Jamás se viera reunión o asamblea más atenta y silenciosa que la de nuestros amigos.

Gatos monteses, perros de los pastores, lobos y ciervos y, en fin, cada animal ocupando el lugar en que más a gusto estuviere, sin molestar o asustar a nadie.

En ésta el señor búho salió por la hendedura, puerta de su domicilio, y seguro de la atención prestada por la asamblea, explicó como la señora lechuza hubo recibido su visita con gusto, y después de haber debatido con los murciélagos, tanto ella como éstos, rememorando lo oído al sacerdote dando sus opiniones a los feligreses y algunas pláticas que tuviera con otros sacerdotes, la opinión de lechuza y murciélagos es de que sí, los animales tiene alma, pues todos ellos, al igual que las personas, tienen vida, y por lo comprendido al escucharle, sin alma la vida no es posible.

Todas estas pláticas son posibles, dado que los animales poseen una forma de comprender especial, tanto a los que hablen las personas como lo que ellos hablan en el idioma universal de los animales, aun no siendo de la misma raza y especie.
Y ya tenemos a aquellos buenos seres que no siendo racionales, si se sienten parte del reino de Dios, y deciden vivir desde ese momento en adelante según formas de alimentarse y vivir como es su naturaleza, costumbres y necesidades, pero esta alegría de ser parte superior de las entidades que habitan la tierra, y reconocerse tan parte de Dios y su creación un simple gusanillo que repta por las hojas del árbol, como el lobo que por natural se come a la oveja, o la alegre alondra que sube a las nubes a cantar la alborada, sabiendo que uno puede ser comido por otros, o alimentarse de otros a quienes se arrebata la vida al matar su cuerpo, pero volviendo a Dios su alma.

Se deshizo alegremente la asamblea, los animales se desparramaron por el encinar, cada uno cantando un himno al Dios creador de su alma y vida. Como todos cantaban, el murmullo de susurros o voces de todos se escuchaba por todo el monte, y tanto Genaro como sus vecinos lo oyeron, incluido el buen señor que llegado de la ciudad venía a comprobar las facultades de su galgo corredor.

Antonio Pizarro Luna. 1982


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Poemario II


Agua.

Campillo de Llerena

Agua, que vas de La Mancha
A mi natal tierra extremeña ,
Agua verde sosegada en las lagunas de Ruidera,
Llevar mi cansado suspiro los aires
De Campillo de Llerena,
Decirle que me fui lejos
Dando mi amor a otra tierra,
Mi amor, a hembra castellana
En otra hermosa Rivera.
Con ella vivo mis días
En amor viviré con ella,
Pero es mi sangre castúa
Desde la cuna a la huesa.

Aranjuez

Antonio Pizarro Luna. 1982.


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Poemario III


"Cagancho".

A la muerte de Joaquín Rodríguez "Cagancho"

Cagancho

A la muerte de Joaquín Rodríguez "Cagancho"

Seguro que tus primeros llantos infantiles
En tu Triana, donde canta el aire,
Sonaron entre fuego de fragua,
Al repique martillos,
Compases del respiro de la calle.
Alguna gitana vieja
Maestra en burlar el hambre,
Te anunció genio y riqueza
Esa que luego tuviste
Ardiendo al sol de la plaza,
Ese saber lo que nadie
Picardias de una raza.
Los que pueden estudiar
En las universidades,
Y estudian para aprender
Saberes universales,
Hacen de la vida escuela
En tanto sabes, tanto vales.
A la escuela de la vida
Llegaste Joaquín desnudo,
Y tuviste para elegir
Pocos caminos del mundo,
Arriesgados casi todos
Con sudores y con penas
Pero comodo, ninguno.
Y cojiste el mas incierto
Por azar o vocación:
No escogen, son escogidos
Los elegidos del cielo,
Por fatal inclinación
Con la gloria por señuelo
Yque se lo manda Dios
Bailaor y cantante torero,
Sevillanas y seguirillas
Señorío de pies juntos,
Pintar el sueño en un lance
Angustia tejida en bronce,
Gloria y goce más que arte
Medida en imposibles naturales.
Cuando trabaja un artista
No le pidas que sude,
La esencia del arte
Nunca es afán que pudre,
Es ilusión que arde
Sueño y realidad que huyen,
Inspiración, miedo y cante
El tiempo, se hechó a la siesta
Al compás de un lance
En un resol de la plaza,
Al son de un ¡viva tu madre¡
Entre versos seda y oro
Y una mariposa grana tirando
Flores al aire.

Rebrillos de cobre viejo
Metal de fundir campanas,
Oros de sol y de aire
En la tarde sevillana,
La capa de seda vieja
Prima y bordón sobre el traste,
Dicen bulerias gitanas.

¡Quien te viera, don Joaquín
señor cuando toreabas¡.

Los títulos personales
Personalmente se ganan;
Haciendole al riesgo aire
En el centro de la plaza,
Escultura, duende y cante.

Y ahora sé que te moriste
Allá léjos, en las tierras mejicanas,
A pesar de la gloria que le diste
No podías vivir en tu patria;
Las razas bravas y pobres
Son naturalezas nómadas,
Perfiles de fuego y cobre.
Ni bichas ni gatos negros
Bailan en tu luna blanca,
Espantos de hechizo y muerte
Son fríos que siempre alcanzan;
La tierra, es matriz que pare
Señorío de los valientes,
Y sudario compasivo que tapa.

A esa tierra tropical
Que ha recibido tus huesos,
Yo quisiera mandarte un rosal
Y dos macetas de claveles sevillanos,
Espíritu de tu tierra trianera
De los llanos de cal y de sol,
Donde se abrieron tus ojos
Hoy cerrados.

Antonio Pizarro Luna. 1982.


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Poemario IV


Montoliú.

Elegía a la muerte de José Manuel Calvo Boninchón (Manolo Montoliú) el uno de mayo de 1992, escrita el dos del mismo mes.

Montoliú

De torero ibas vestido,
verde oliva y azabache,
Eras buen mozo y serio,
pisabas fuerte en el ruedo,
conocedor, valiente y responsable.
Siempre te dejabas ver,
sin susto del peligro
en cada apretado lance.
Toreros, como tú eras
justifican el existir de un Arte.
Porque así lo sentías
porque así lo ejercías
más que te exigiera nadie.

Te hemos visto morir
 a través de la Tele
 vimos en la pantalla impasible
 el último mover de tu imagen.
 Son las técnicas modernas
terribles y formidables.
Pero la muerte en directo
es, como es, impresionante.
Los Kilómetros, no existen,
la distancia es despreciable;
el alma, llora hacia dentro
aún en los hombres valientes
es invencible la muerte
por tu experiencia lo sabes.
En ese albero que pisó
Juan Belmonte, incomparable,
floreció el cuerno asesino
la roja flor de tu sangre.
Cabatisto, era marrajo
y te esperaba acechante,
más peligroso que un bravo
resulta un toro cobarde.
Ese par de banderillas
que con firmeza clavaste,
ese esperar a la fiera
y en la suerte recrearte
lo hiciste ayer, como siempre
Lo mismo que tantas tardes.
Quien hace bien un oficio
que más que un oficio, es Arte,
no tiene en cuenta peligros
ni cálculo imponderable.
Y si hay fallos, a pagar;
pagan con su vida y sangre.

Las encinas de Campocerrado
se agitaron a un temblor del aire.
Una vaca, levantando el hocico,
respiró efluvios vengativos
en la hondura de la tarde.
La muerte, huele a resfrío
en los hombres y en los animales.
La vaca, lloró a su hijo
muerto por José Mari Manzanares
bramando iras y venganzas
hacia alturas siderales
El fin de la vida es tragedia
y sus miedos, espectrales,
se saben algunas veces
sin que te lo explique nadie.
Lo sabemos los humanos;
también los irracionales.

 Ya en Manolo Montoliú
con el corazón abierto
por el asta lacerante,
se apagaron los latidos
de vida en tu cuerpo exangüe
Por ti, la gente taurina
tiene lágrimas de sal
en los curtidos lacrimales
Y el nombre de Cabatisto
de Don Atanasio Fernández
pintó negra cruz de luto
Joselito, en el libro de la Fiesta,
porque no lo olvide nadie.

Has muerto, como eras tú
de muerte sonada y grande,
tiñendo el dorado albero
con el rojo de tu sangre
roto tu hacer de maestro
por un natural percance.
En la Maestranza de Sevilla,
el Destino, fué a buscarte,
y al designio de los Hados
es imposible negarse.

Lloran Cristina y tus hijos,
Manuel Montoliú, tu padre.
Y toda la afición te llora
porque has sido buen torero
y un hombre bueno, nacido
entre claveles de Levante.

Antonio Pizarro Luna. 1992.
Publicado en Peña taurina "Los suecos".


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Tiñe de rojos el cielo...

cielo rojo

Tiñe de rojos el cielo la caída de la tarde
Se va el sol, diciendo adioses
Con brasas que ya no arden,
Los terrones y las piedras se tiñeron color sangre.
Esta una cogujada parda entre cardos y eriales
Dando quejas al invierno
Que anuncia el alto celaje.
Vuelan hacia el soto las grajas
Y las palomas torcaces
A buscar entre los chopos grajeras y palomares.
Silva en las lomas el viento
Las tonas de los gañanes.
Quite la lavija del yugo
Dando alivio a los afanes
De las mulas sudorosas
Y de mis pies con peales
La dureza de las abarcas defiende los pies
Cuando se anda en pedregales.
Se quedo el trigo tapado en la entrañas terrales
Es el sembrar sacrificio
La simiente es flor de sangre.
Me fui a burcar a mi novia
Por caminos vecinales, avanza la bicicleta
Si se aprietan los pedales.
Cuatro besos y un abrazo, con la ilusion
Que Dios sabe después, me sembre
En su vientre con lazos sacramentales,
Los caminos que corrimos
Ella y los hijos lo saben.
Simientes que esparce un hombre
En años primaverales,
Con nostalgia se recuerdan
En las tardes otoñales.
La juventud, generosa
Calor y amores reparten,
Los restos de la vejez,
A la tierra han de tornarse
Dando cumplimiento a un orden
De fuerzas tan razonables,
Que no hay soberbia ni orgullo
Que pudieran rebelarse.
Duro resulta admitirlo
Mas no hay poder a negarse
Ni sabiduría mayor
Que aceptar lo inevitable.

Antonio Pizarro Luna. 1982.


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