Puede que tenga que avisar.
¿A quién?
Desearía hablar con
alguien.
Juan es estúpido. No
parece una persona. Dice a todo que sí, pero es torpe y no
piensa.
Parece un Golem tonto.
Quizá lo sea. Algunos
de los escritos presuntamente alquímicos hablan
de algo parecido. Encontré una novela titulada
así, pero no tuve
tiempo, ni ganas, de ver más de un par de
páginas. Parecía siniestra.
Ambientada en el gheto judío de Praga…
Juan no es siniestro: es tonto.
Me sonríe, pero no
responde a ninguna de mis preguntas.
Actúa como un
guardaespaldas inútil…
Lo lógico
sería que volviera a hablar con ese Fulcanelli, quien quiera
que sea realmente.
Pero me da miedo.
No es su aspecto. No resulta
desagradable.
Ni su voz.
Es lo que me puede decir o
contar. Algo que no sé si quiero saber.
Y sin embargo, no puedo evitar
seguir averiguando detalles y situaciones absurdas, irreales.
A base de repetirlo, casi he
asumido que tuve un padre, es decir, que
alguien identificable lo fue: Un tal Juan, tenía que ser,
¡vaya una
suerte la mía! Y con una biografía más
que dudosa.
En el orfanato jamás
me indicaron esa posibilidad.
Y lo hubieran hecho.
Marta arrastraba el conocimiento
cierto de que su madre, que ejerció un
tiempo la prostitución, la abandonó en aquella
época, por ser
incompatible con su modo de vida.
Y que nunca más se
interesó por ella.
El sentimiento de Marta era
mutuo. Ni antes ni después que yo sepa puso el
mínimo interés.
Todos estos datos, aparte de
formar parte de las confidencias lógicas entre amigas, eran
en realidad públicos.
Las monjas no ocultaban
prácticamente nada de lo que sabían ante cada
interesada.
Y un sentido de la solidaridad
que nos afectaba como grupo hacía que
cada historio particular fuera, a grandes rasgos, conocida por todas.
En ese sentido, mi caso era
especial.
No dudo de la sinceridad de las
monjas a ese respecto. No me informaron de nada, porque nada
sabían.
Algunas veces pasaba, no tan a
menudo como se podría pensar, que
realmente no había dato alguno. Como si una criatura pudiera
aparecer
de la nada. En estos tiempos burocratizados.
No quiero ni pensar en
relacionarlo con las peregrinas teorías que se
exponen en el diario que me hicieron llegar esa panda de desquiciados.
Necesito hablar con alguien
cuerdo.
Y la verdad es que no dispongo
de nadie.
Me pareció una buena
idea dejar Madrid y venirme a Salamanca, no sólo
porque me convenía la facultad, sino porque deseaba darme la
oportunidad a mí misma de empezar de cero, de romper los
tenues lazos
que nunca me ligaron en exceso por otro lado, y probar a iniciar una
vida nueva donde mi origen fuera desconocido.
Pasado un tiempo, y aunque no he
intentado, ni quiero, inventarme una
historia falsa, la verdad es que ni siquiera he encontrado a nadie que
estuviera interesado en esa supuesta mentira, ni en la verdad tampoco.
Llegada a este punto,
sí que me agradaría contar con alguien a quien
explicarle mi situación actual. Alguien que al menos me
escuche, y si
puede ser que me entienda.
Y desde luego, ese espantajo de
Juan está descartado. Aparte de que, en
teoría, él si que conoce y maneja esa historia
paralela de la que me
quieren convencer…
Me gustaría ahora
poder hablar con Marta, o mejor aún, con Sor Teresa, lo que
ya es imposible.
Incluso con Nuria.
Puedo hablar con Nuria, si
consigo recordar donde escondí su
teléfono…
Pero ¿qué
le digo?
Nuria, ¿me
recuerdas? Brigitte ¿Cómo te va?
¿Dónde andas? Quería
contarte…
Ha pasado demasiado tiempo, la verdad…
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