Sereira:
La mano de la diosa
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Sereira: La mano de la diosa / Elturiferario ©

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CAPITULO XVII

Reencuentro

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Estábamos físicamente enfrentados, como para evidenciar un cierto distanciamiento.

Yo me había adelantado a elegir mesita redonda baja, y taburete.
Era la primera vez, me parecía, que no  estábamos uno al lado del otro, desde el día de nuestro encuentro.
Tras ser servidos, inició ella la probable discusión -o así lo intuía yo- para defender su punto de vista:
-Sin entrar en detalles ¿Qué es lo que crees haber visto?
-Digamos que vuestra fraternidad es profunda –mi tono era desganado, escéptico-.
-Cierto.
Eugène estaba seria. Miraba a la mesa y dibujaba con el dedo sobre su superficie automáticos y efímeros diseños hidráulicos conduciendo el rocío que rezumaba de los vasos, más allá de los posavasos. Continuó, sin abandonar la ingeniería.
-Pero ¿Cuales son tus sentimientos al respecto? -evitaba mirarme.
-Extraños -tuve que admitir.
Yo trataba de pensar -de hecho, no paraba de hacerlo-, desapasionadamente sobre ello.
-No muy racionales –añadí, ante su silencio, con un deje de disculpa no sentida-.
-Estás considerando relaciones convencionales.
-Bueno -trataba de medir mis palabras-. Yo me quiero considerar una mente abierta. Mi especialidad literaria, poco apreciada por la crítica -en realidad ignorada por la crítica-, tiene sin embargo un éxito de público muy amplio. Las ventas lo demuestran, y mis novelas se compran para ser leídas. Entiendo que significa que lo que yo reflejo en ellas no es tan extraño. De hecho, si lo fuera, no vendería. Sin embargo hay temas que simplemente evito. Me autocensuro.
-Ya -seguía mirando atentamente a la superficie de la mesa, dibujando espirales que luego rompía en violenta inundaciones provocadas. Yo seguía fijamente las evoluciones de su dedo, para no tener que mirarle a los ojos-.
-Pero yo no me refiero a eso -siguió ella-. Tu especialidad, como dices, es antigua como la humanidad. Pero -Ahora levantó la vista. Sus ojos avellana, un poco acerados ahora, buscaban los míos con decisión. Sostuve su mirada para demostrarle mi atención y mi confianza- habrás notado, a pesar de tu torpeza -sonrisa breve- que has entrado en un círculo poco convencional.
-Presumo de tener pocos prejuicios -me quise defender. Ella pareció un poco contrariada con mi punto de vista obsesivo-.
-A ver –había dejado de jugar con el agua, cruzó los brazos bajo su pecho. Luego pareció cambiar de actitud, y optó por buscar mis dedos, que se aferraban al borde de la mesita. Los atrajo hacia el centro, mojado, esquivando los combinados, con poca resistencia por mi parte, he de decir, y en gesto que me pareció vagamente paternal, cubrió mis manos con las suyas, hasta donde ello podía ser. -Trata de analizar tus sentimientos.
Es difícil –confesé-.
-Lo sé. Quizá debamos empezar por el final. Trabajaremos por deducción, como Sherlock Holmes, en lugar de usar la inducción como los científicos. Iremos del resultado a la causa.
-¡Boh! –realmente, no sabía qué decir-. No necesitas disculparte.
-No lo pretendo -me miraba, un poco agachada su cabeza sobre sus hombros, como si quisiera reducirse de tamaño. Sonreía, y me miraba desde abajo. Sus ojos se habían vuelto más líquidos y brillantes, perdiendo el mate acerado que me intimidaba y me daba la sensación de inferioridad. Su cabeza ladeada ofrecía su cuello sumiso, como en otras ocasiones-.
Siguió:
-Háblame de tus sensaciones.
-Bien. Una mezcla de atracción, confusión y desagrado.
-¿Por ese orden?
-Creo que sí.
-De atrás adelante. Desagrado. Olvídalo. Son los prejuicios que dices no tener. Celos infundados, que vienen de personalizar los hechos.
Levantó su dedo hacia mis labios para interrumpir, como siempre, mi no iniciado comentario.
-Confusión: Es lógico, porque estás ante una situación que te resulta desconocida. Te faltan datos y eso evoca sentimientos ambivalentes.
Asentí con la cabeza.
-Atracción: Este es el factor primordial. Intentaré hacerte notar algunos detalles en forma que tú mismo los valores. Veamos en qué consiste tal atracción. Es probable que, obnubilado por lo evidente, hayas pasado por alto detalles importantes.
-Sé muy bien lo que vi -dije despacio, sosteniendo su mirada-.
-¿Tú crees? Puede ser. Como no vas a poder evitar guiarte por la vista antes que por otros sentidos, cojamos el toro por los cuernos. Cuéntame qué es lo que viste.
-Os vi, a Mila y a ti,...
-¿Desde dónde?
-Yo estaba en el pasillo.
-Y no tenías un punto de vista demasiado bueno desde allí.
-Al contrario -reflexioné-. Tenía una visión muy completa -fruncí el ceño ante mi sobrevenida extrañeza-.
-¡Caramba! No te habías percatado.
-Tenía una visión panorámica, elevada –continué evocando recuerdos-.
-Eso lo podría definir.
-Pero hay que tener en cuenta que en un momento yo no distinguía entre lo que veía y lo que imaginaba.
-Quizá porque no había distinción.
-Quizá -empecé a admitir, meditando sobre mis impresiones-.
-Admite, pues, que estabas viendo cosas que, en condiciones normales, no hubieras visto.
-Desde luego, tuve esa impresión, pero no me parecía lógico.
-Supongamos que es un hecho.
-¿Por qué tengo que suponer eso?
-Verás: Para continuar, tienes que dar por cierto que tus ojos te estaban mostrando algo más que lo que nuestra habitual visión binocular puede hacer.
-No entiendo.
-¿Recuerdas el sótano de la corrala?.
-Sí –Creía que sí-.
-Allí pasaron cosas que no se ajustan a la física conocida.
Tuve que admitirlo: Aunque yo lo relacionaba con una intensa emoción, prestaba más atención a los sentidos, hipersensibilizados, que a los sucesos objetivos, como luego se demostró.
-Voy a tratar de resumirte lo que pasó. Créeme, si quieres.
Puse cara de atención, mirando a sus ojos. Su expresión era dulce, y acariciaba mis manos.
-Durante un periodo que en este plano físico fue de unas cinco horas, estuvimos, los tres, superpuestos en otro plano, diferente, y cuya localización no es importante, donde estaba el “tubo”. Ese tipo de traslación equivale a viajar en el tiempo.
Yo no entendía del todo. Le había oído a ella hablar en otras ocasiones en términos similares, pero no le había dado mucha importancia, porque entendía que sus creencias eran más de tipo espiritual, y que aquello que describía era más bien simbólico.
Ella pareció entender lo que me pasaba.
-Cuando digo viajar en el tiempo, estoy hablando de algo real. Trataré de darte datos técnicos, aunque no es mi especialidad. El proceso del viaje en el tiempo conlleva unas características necesarias. Una de ellas es la velocidad. Algo de lo que se percató Einstein, haciendo cálculos: Si se supera la velocidad de la luz, el tiempo transcurre a diferente velocidad, se alarga o se encoge. Se pueden llegar a alcanzar posiciones que interpretamos como “por delante”, o “por detrás”, de un tiempo que definimos por conveniencia como actual.
-En el pasado y en el futuro.
-Exacto. En este caso, no es importante dónde nos situemos. Probablemente en un pasado manipulado. Pero da igual.
-Pero ¿Cuál es la técnica que se usa?
A mi pesar, me estaba interesando.
-Sobre todo es necesaria concentración. Tanto Mila como yo dominamos esa técnica, y te arrastramos, aparte de que has resultado muy empático, como yo predije, y te dejas llevar con facilidad...
-No sé si eso es un piropo...
-Yo creo que sí. Bueno, el caso es que, sigas el método que sigas, para viajar en el tiempo se debe siempre desintegrar y reintegrar. Para trasladar la materia.
-...desintegrar...
-Nuestra desintegración se produjo con éxito, en un conjunto que formábamos los tres. Es como si fuéramos un solo elemento.
-Tuve una sensación parecida a eso.
-Pues bien, al “volver”, se produce la reintegración de las partículas atómicas y subatómicas, que se reordenan con una pauta que es la misma, y única, personal de cada ser.
-No hay problema entonces –quise ser optimista: Me temía lo peor.
-No es un problema, pero sí un efecto colateral inevitable. De hecho, no es malo.
-Ya –Me lo temía.
-El caso es que, lógicamente, y aunque cada partícula adopta su posición y su misión idénticas a las originales, las partículas físicas en sí no tienen por qué ser exactamente las mismas. De hecho, no lo son.
 -¿Quieres decir que hemos intercambiado nuestros átomos?
-Algo así. El conjunto es exacto al primitivo, pero los componentes se han mezclado.
Me estaba diciendo que yo me componía ahora en parte de ella, y de Mila, y que ellas...
-Creo que entiendes –cortó el hilo de mis pensamientos.
-Por tanto, no somos nosotros mismos.
-Sí que lo somos. Pero queda un pequeño residuo que se puede disolver, dejando pasar el tiempo, o potenciar, sí sabes cómo...
-¿Y vosotras habéis optado por potenciar?.
-Es algo agradable...
-¡Ya!
-... y conveniente.
-No sé si me agrada ¿Conveniente para qué?
-Facilita la comunicación.
-Y estabais haciendo prácticas.
-Si quieres verlo así, ...
La explicación era confusa, no resolvía mis dudas, pero decidí que no le iba a dar mayor importancia.
Ella me apretaba las manos, sobre la mesa, y se movió para dejar de estar enfrentada a mí.
A mi lado, sus ojos se habían vuelto de un brillante que yo conocía.
-¿Te apetece practicar ahora? –dije al fin. Ella no contestó, con palabras-.
¡Tengo yo una voluntad, para mantenerme firme en mis ideas!
Debía ser eso de la empatía.
El tema no volvió a surgir, si bien yo no sentía que mi relación con Mila se hubiera modificado mucho: Siempre me cayó simpática.
Ahora la apreciaba.
¿Era eso una diferencia?
En cualquier caso, dejé de pensar en Mila, entonces...
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Juan Antonio Pizarro Martín ©