La pelusilla de su
tronco parecía lacia.
Su textura rala.
Su brillo apagado.
Su tacto, para no probar, porque ya sufrí su roce en otras
ocasiones y la pelusilla, que se adhería a la piel, era
tóxica, amén de dolorosa.
(Veo difuminado, borroso)
La pelusilla me recordaba a Eugène.
¿Era tóxica Eugène?
Dolorosa, sin duda.
Anoche me acompañó a casa; me llevó,
debo decir.
Me acostó con una de esas borracheras poco
lúcida, desatinada, injustificada, desesperada,
inconsciente, ¿simpática?, ¡Insensata!
-¿Qué te hace suponer que lo que deseas es otro
whisky, si ni siquiera puedes coger el vaso con seguridad?
-¿Cuál de los dos vasos?
Me llevó a pie a casa cuando el barman, que nos
conocía, nos invitó amablemente a abandonar el
local, vacío, sin música de fondo desde
hacía,... no sé.
Hice amago de mirar el reloj, como si me importara la hora.
Vi un bulto borroso, luego dos bultos.
Finalmente, me desenfoqué.
Me levantó del alto taburete de la barra, me agarro por la
cintura, y salimos.
No quiso coger su coche, quizá por si me dormía o
le vomitaba dentro -Razón tenía para suponer
cualquiera de las dos cosas-. Quizá para que me diera el
aire. Quizá se lo pedí y no lo recuerdo.
Me iba diciendo algo sobre que los hombres nos resistíamos a
dejarnos ayudar en estas circunstancias por no sé
qué orgullo.
Yo, efectivamente, me estaba resistiendo de intención:
Interiormente.
Para más no daba.
No acertaba a dar dos pasos derechos y notaba que arrastraba su ligero
peso hacia el suelo, sin poder evitarlo.
Eugène reía, hablaba, se reía de
mí.
Ella también había bebido algo, pero ni
comparación con lo mío.
Cuando me encontró, en la barra de la Tetería, yo
llevaba allí un par de horas bien aprovechadas en cuanto a
ingestión de alcohol.
Traté de mostrarme distante, con poco éxito
debido a mi perdida lucidez.
Ella se extrañó, creo, al principio.
Luego decidió al parecer acompañarme en el
trance, fuera cual fuera...
Finalmente pareció entender mi situación real, y
se ocupó de que no hiciera demasiadas tonterías.
Sin demasiado éxito, también.
Recuerdo haber pedido otro whisky sin percatarme de que el
último seguía sobre la barra, restos de hielo
flotantes, rocío en el exterior del vaso.
El camarero, compadecido, se limito a rellenar con más
hielo, mientras comentaba a Eugène algo que
preferí no entender.
Supongo que estaría en relación con la hora desde
la que yo llevaba allí.
Creo que aún había música...
(...)
Me desperté sin zapatos, sin camisa, con el
pantalón puesto.
Me pareció recordar una discusión
estúpida sobre los zapatos, de la que evidentemente
salí derrotado.
¿O fue después de dormirme?...
Eugène me había arropado con una
sábana ligera, había apagado la luz y se
había ido, sin despedirse. O no recuerdo que lo hiciese.
Yo había cerrado los ojos.
El techo negro empezó a girar.
Primero despacio, después más rápido,
junto con la habitación y la cama.
En un arranque de lucidez conseguí arrastrarme hasta la taza
del water, introduje la cabeza y casi de inmediato vomité,
líquido.
Vomité hasta notar el sabor de la bilis en el paladar.
No había cenado (estúpido).
Mantuve un rato la cabeza dentro de la taza. Luego la
levanté.
Noté que la casa ya no giraba, apenas.
Apreté el botón del desagüe,
aprovechando que me apoyaba para ponerme de rodillas, y, de rodillas,
volví a la cama, a la que trepé, y me
dormí de inmediato.
No me dolía la cabeza, pero me molestó
profundamente el rayo de sol que daba sobre mi cara.
Eso me despertó de golpe.
Estaba todo confuso, borroso.
El cactus también.
No tenía ganas de levantarme para bajar la persiana, pero me
levanté, para orinar.
Metí la cabeza en el frigorífico, mirando entre
los párpados no del todo abiertos; me metí casi
dentro apoyado en el marco de la puerta. Miraba sin ver.
Estaba fresco, y eso resultaba agradable.
Empecé a indagar con más atención por
si hubiera cualquier cosa dentro que me apeteciera o me ayudara a
sentir algo mejor. Enfoqué la vista todo lo posible y
tropecé finalmente con el brik de leche.
Leche fría, con café, soluble, sin
azúcar...
Me metí después bajo la ducha, sentado en el
plato, una media hora, y recuperé fuerzas para continuar con
mi novela: Me lo impuse como una obligación.
No necesitaba salir en todo el día para nada, el
frigorífico estaba bien provisto.
Y no me apetecía bajar a por el pan...
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