Notas tomadas por Eugène, reproducidas tal cual (¡Qué organizada es esta chica!).
La Torre. Hipótesis de acceso:
-Cercano. No descartar, pero no coherente.
-Exterior. No se aprecia en la superficie. Tendría que ser un
acceso oculto o secreto. Es una posibilidad a tener en cuenta.
-Interior, subterráneo.
-Superior. Excesivamente complicado.
-Lejano. Difícil de justificar (¿Regajal?).
-Ninguno. No procede, salvo que intervenga Juan de Herrera, o por una utilidad desconocida: Considerar.
Hipótesis de uso:
En Aranjuez se la justifica como componente inevitable de las antiguas
conducciones de agua que bajan desde la meseta, un respiradero para
controlar la presión del agua.
Sin embargo, resulta chocante que su aparente antigüedad supere en tanto a las fuentes destinatarias de tales conducciones.
En cualquier caso, no descartar como hipótesis de trabajo, dada su situación geográfica.
La utilidad y el acceso son las preguntas que plantea la torre, en cualquiera de los casos.
La respuesta puede estar relacionada con la Fuente de las Horas.
(...)
Notas tomadas por Juan T. Volta, algo menos asépticas.
La torre se yergue -notable aunque discreta-, entre árboles
centenarios que, aun siendo de tan elevado porte como son, no logran
superarla en altura.
Su indudable preponderancia se aprecia menos debido a que está
situada en el fondo del valle, prácticamente al nivel del agua
del río y rodeada de frondosos árboles de ribera o
cultivados, que producen la sensación de pequeñez en la
construcción así absorbida.
Es necesario conocer su existencia para encontrarla y apreciar su
enigmática grandeza del tipo de las construcciones antiguas.
Por otro lado su existencia no se ve justificada por ninguna evidencia.
En Aranjuez circulan diferentes y curiosas explicaciones, ninguna de
ellas sustentada por datos, escritos o documentos, sino por intuiciones
más o menos verosímiles.
Simplemente se sabe que está ahí.
Se le atribuyen quinientos años por su islámica factura
de ladrillo visto y su adorno geométrico, no figurativo, pero es
una fecha que pareciera tomada a voleo; ni siquiera el pueblo alcanza
esa antigüedad.
En un radio de cien metros no existe otra construcción humana,
salvo las fuentes con sus estatuas, adornos o relieves, parece que
colocadas con posterioridad a la torre, aunque nos es desconocido si
alguna de ellas pudiera estar situada sobre la hipotética cripta
que sirviera de acceso a la torre: No lo insinúan ni la
distancia ni la disposición, pero lo cierto es que no hay
constancia de que hubiera o dejara de haber intención en su
colocación respecto de la torre.
¿Por qué no hay documentación de una construcción así?
En realidad, no forma parte en absoluto de la geometría de
calles, paseos, caminos y setos en los que sí están
inscritas indudablemente las fuentes y sus estatuas como conjunto
armónico. Al contrario, se eleva sobre una zona interior de
setos cuadrangulares donde ocupa, sesgada, una esquina poco indicativa.
La hipótesis que manejan Eugène y el doctor es que el
acceso a la torre ha de ser subterráneo, ya de forma
intencionada (probable, según ellos), o debido al paso del
tiempo, si bien no hemos encontrado prueba alguna de ello. Sin embargo
la conexión que buscábamos en nuestra desafortunada
excursión bajo el regajal, el denominado Mar de Ontígola,
ha resultado, además de desgraciada, infructuosa...
Su diseño es elegante y sólido, aunque no atrayente:
Carece de marcas o adornos que la destaquen exceptuado un bajorrelieve
geométrico de significación aparentemente anodina, de
estilo mudéjar, elaborado con el mismo tipo de ladrillos que el
resto de la construcción, sin afán aparente de destacar
ni en color ni en relieve, ni en originalidad.
Estos bajorrelieves, que se aprecian claramente, se encuentran sin
embargo fuera del alcance de una persona de estatura normal. Se inician
a unos cuatro metros de la base, rodeando su superficie hasta cerca de
su cúspide.
Todo alrededor la torre se hunde literalmente en el terreno, sin piso o
abertura insinuados en todo su perímetro; tampoco en toda su
superficie, hasta su culminación, se detecta abertura alguna: Se
diría maciza.
Me acerco a la construcción y la rodeo para calcular sus dimensiones.
Compruebo lo que ya sabía: no existen aberturas visibles en todo su perímetro.
Salvo arriba, como si de una chimenea industrial se tratase.
Se asienta sobre el suelo a una profundidad desconocida, rodeada de
fango y musgo; sus alrededores se mantienen limpios, probablemente de
forma intencionada; ninguna hiedra trepa por sus muros.
El círculo de su base tendrá unos cuatro metros de radio,
en forma de cilindro al principio, se va estrechado a partir de unos
doce metros, en cono truncado, por encima de los adornos, en forma
proporcional, hasta lo que podría ser medio metro de radio en la
cúspide, a unos treinta metros de la parte de la base que queda
a la vista.
Los adornos o relieves son dibujos geométricos angulares
trazados por los propios ladrillos, en bajorrelieve, inspirados en las
tracerías típicas del Islam del sur de la
península ibérica, o las construcciones mudéjares
del interior.
Por encima de los doce metros, empieza a enflaquecer en forma
exponencial la obra desnuda, retorciéndose como las columnas
salomónicas, pero marcando los ángulos.
La copa del plátano más elevado, muy cercano, supera los
veinte metros, siendo los plátanos de los alrededores de un
porte muy similar, aunque asombrosamente altos, no tanto como la obra
artificial. Sin embargo, tupido de hojas primaverales el jardín
en esta época del año, la punta de la torre no
será vista a distancia si no es intencionadamente buscada.
La Fuente de las Horas, relativamente cercana, es sencilla, esbelta, bella y relajante.
Me he detenido bastante tiempo, sentado sobre uno de los bancos de
piedra, rogando que la cantarina música de su discreto chorro de
agua me comunicara algún mensaje, alguna respuesta; me ha
transmitido paz interior, y algo de optimismo.
(fin de nota)
Eugène y yo nos dirigíamos esa mañana a tratar de verificar y aclarar el misterio de la torre.
El doctor nos había indicado qué teníamos que buscar y anotar.
Aunque la noche del reencuentro resultó agitada y placentera,
después de un lapso que se me iba haciendo eterno, madrugamos; a
esa hora temprana los turistas aún no habían llegado y se
podía curiosear con más tranquilidad.
Atravesamos el Parterre a toda velocidad, a la sombra de los magnolios,
siguiendo la balaustrada de metal que corona el muro que encauza el
río hasta el puente de la ría, a la derecha del viejo
madroño, donde las antiguas reproducciones clásicas que
lo flanquean y delimitan parecen recibirnos o mirarnos con curiosidad.
Pero no nos detenemos a conversar con ninguna, hoy, para entrar en el jardín de la isla propiamente dicho.
Luego enfilamos hasta la galería de fuentes, llegando a destino en pocos minutos.
Yo había venido repasando en voz alta las ideas que había
anotado, para información de Eugène, que escuchaba en
silencio, hasta que nos enfrentamos con la base, probablemente de
mármol, del inicio de nuestra búsqueda.
(Durante la tarde y la noche anterior, dedicados a otros menesteres, no
había encontrado tiempo para compartir con ella mis notas).
-La Fuente de las Horas. Aquí está el reloj.
Ella se situó sobre la loseta que tenía el símbolo
I, y desde allí nos separamos para rodear la fuente.
Tomé por la izquierda siguiendo las losas marcadas con
números romanos, caminando con dignidad, mientras Eugène
seguía el sentido derecho -el contrario al de las agujas de un
reloj- en lo que me parecieron ridículos e inapropiados saltitos.
-Une, –cantó Eugène, en alta voz-... trois,... six...
-Cinco,... dos,... diez, - yo, a la vez.
-... sept, ... quatre –Eugène.
-…doce, …ocho –yo.
-Et onze –Eugène.
-Y nueve –yo.
Y nos tropezamos justo al otro lado de la fuente, contemplando
ahora, al volvernos a mirar hacia el centro, su sencilla taza rebosante
de agua que se derramaba cantando.
-Esta combinación no parece tener mucha lógica. Más bien sigue un orden absurdo –dije.
Eugène anotaba en su block.
-Están las doce horas –concluyó- pero en un orden nada apropiado para un reloj.
-Esto no va a marcar la hora nunca –aseveré.
-Sabemos que la fuente ha sido desmontada más de una vez; se pudo alterar el orden.
-Sin embargo, parece que realmente se desmontó y montó de
nuevo colocando las piezas en la misma situación en que
estaban.
-No lo podemos comprobar ¡Aquí esta! –Eugène
repasaba una guía turística local-. No es un reloj de sol
-eso era evidente-, es un juego de agua,... un Anneau-Tournant, anillo
giratorio... ¡No sé lo que es
eso!¿Debería saberlo?
-¿No dice en qué consiste? –yo- ¿Es
algún tipo de reloj de agua, una clepsidra?¿Algún
juego?
-Aquí no aclara nada –terminó de leer y abandonó la guía.
-Habrá que buscarlo en Internet –comenté, por decir algo.
-Bueno. En cualquier caso, la fuente está aquí
–miró hacia los alrededores-. Aunque no sabemos si
funciona o cómo funciona. Sí se ajusta a lo que describe
el pergamino. Es bonita la fuente –contempló meditativa el
agua.
Nos habíamos dado la vuelta para contemplarla; asentí con un gesto apreciativo.
-Sencilla, elegante y relajante –confirmó Eugène.
Pero no sostuvo su mirada-. ¡Vamos a buscar la torre! Debiera ser
visible desde aquí.
-Allí a tu derecha –señalé detrás nuestro: Era la única construcción cercana.
-Se parece a la descripción –valoró Eugène, pensativa.
-Vamos a verlo –inicié la marcha.
Ella, mientras me seguía, terminó de anotar un esquema de
la situación geográfica y el orden de la
numeración en su block.
-Ya está -y se puso a mi altura, para mostrarme sus apuntes:
I, III, VI, VII, IV, XI, IX, VIII, XII, X, II, V, desde el I, en el sentido inverso de las agujas de un reloj.
-Une, cinq, deux, dix, douce, huit, neuf, onze, quatre, sept, six,
trois –dijo después de hacer la inversión, para que
tomara el sentido de las agujas del reloj.
Uno, cinco, dos, diez, doce, ocho, nueve, once, cuatro, siete, seis,
tres, me repetía yo mentalmente, como si la repetición le
pudiera dar sentido a la serie...
(...)
La fuente y la torre estaban allí.
El mecanismo de la fuente había de ser descifrado.
Sin embargo, la combinación que debía indicar la fuente
que era conocida como “del Reloj” o, más
apropiadamente, “de las Horas”, podría estar
falseada.
En la inspección ocular habíamos constatado que la
numeración romana había sido reconstruida y vuelta a
fijar muy recientemente, quizá alterándola.
La explicación de esta posible alteración resultaba
curiosa y no permitía deducir cuál había sido la
posición original de la numeración.
Al parecer, la fuente había sido traída desde los
Países Bajos en tiempos de Felipe II. Fue montada en su lugar
actual y habilitada, pero su función no llegó a ser
comprendida o se mantuvo oculta intencionadamente.
El uso de la numeración romana, desde el uno hasta el doce,
parecía indicar que se trataba de algún tipo de reloj,
por lo que las losas donde iban grabados los números, hasta
completar un anillo, se ordenaron de forma secuencial, ascendente, en
sentido lógicamente de las agujas del reloj. Sin embargo, y dado
que se apreciaba en el encajado de las piezas que el orden, aunque
lógico, no coincidía con la intención de los
artesanos que la llevaron a efecto, se optó por seguir el orden
arquitectónico, del que resultó la extraña
sucesión que habíamos anotado.
Sin embargo este montaje nunca pudo marcar la hora: No era un reloj.
Un presunto reloj solar, por ejemplo, no podía ser
geométricamente circular, como lo era este anillo: Para marcar
las horas en forma circular es necesario algún tipo de mecanismo
del que la fuente carece, pues sólo se compone del citado anillo
y de una pileta en su centro del que sube hacia arriba un único
chorro de agua, lo que vuelve a descartar el reloj, incluso la
clepsidra, que no hay forma de imaginar.
Sin embargo la idea de Anneu-Tournant, que aparece como
descripción vaga, parece implicar algún tipo de
mecanismo: El anillo debiera girar de alguna forma, o bien
referenciarse con respecto de algo que sea capaz de marcar posiciones
en el círculo.
Teníamos motivos para pensar, sabíamos, que la torre estaba implicada.
En estas circunstancias, podría aparecer el reloj que da nombre
a la fuente, aunque es difícil imaginar su mecanismo, teniendo
en cuenta que se sabe por documentación de la época de su
instalación que la numeración original, como ya
habíamos reiteradamente concluido, no era sucesiva, sino que los
números seguían un cierto orden no evidente.
Esta posición, la primitiva (la actual), es la que nos interesaba.
Nosotros sabíamos más; quiero decir, Eugène y el
doctor, en sus desquiciados razonamientos, pretendían saber
más:
Sabían que probablemente se trataba de un reloj, pero no
horario, como daban a entender las doce cifras, sino de un reloj de
tipo estelar...
Lo cual para mí no tenía ningún significado, salvo el de una imprecisa amenaza.
Algo siniestro, ajeno a mis sentimientos, parecía moverse en mi
interior ante la contemplación mental de los números,
diferente de mi repulsión hacia las matemáticas,
más natural en mi.
Por otro lado, lo del Anneau-Tournant, y rememorando su
estrambótico recorrido, me sonaba al “Corro de la
Patata”...
No lo comenté, por parecerme ridículo.
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