Sereira:
La mano de la diosa
Créditos
Perfil Profesional
La mano de la diosa
en Facebook
e-mail
Radio Fuga
La Tetería
JAPM

Sereira: La mano de la diosa / Elturiferario ©

Anterior / previous

CAPITULO XLII

Eugène Kaputt 

Siguiente / next

Mi sentimiento de culpabilidad era evidente, aunque irracional.

I
¿Por qué no estaba yo allí?¿O sí estaba?
Mis recuerdos son vagos, inconcretos, sin embargo empiezo a entender, tarde, algunas cosas importantes.
El control que ha ejercido Eugène sobre mí es la causa de que yo no pudiera entender, de que no pudiera ver: El uso que ella -que ellos- han hecho de mí, me ha mantenido a salvo relativamente, pero también me ha mantenido ciego.
Ahora que ella ya no está, puedo contemplar con claridad el teatro de operaciones y puedo pensar y actuar por mi cuenta; pero ahora que ella ya no está, me importa un pimiento todo lo relacionado con esta locura, con toda esta perversión impía.
El doctor está ilocalizable: Pero no quiero saber nada de él, ya no me cae simpático, no cuenta con mi respeto desde que ella ya no está. Nunca debió caerme bien.
No sé si quiero encontrar dentro de mí un motivo para seguir en esta batalla absurda, ahora que ella ya no está...
Sin embargo, es ahora cuando lo veo todo con perspectiva.
Y vislumbro mi propia implicación, independiente de la de Eugène.
¿Por qué -admitiendo cómo ella me ha estado manipulando- me siento incapaz de culpabilizarla de nada? ¿Por qué me siento culpable de algo que no sé lo que es, si no he hecho ni dejado de hacer nada importante, que yo sepa?
Ni siquiera me siento ridículo, ahora. No me avergüenzo de nada.
Finalmente me es dado entender la misión en la que me han estado utilizando, mi misión, mi cualidad, mi “marca”:
Yo soy el catalizador.
El que ha de estar allí, sin hacer nada, sin intervenir en la reacción química, la transformación química motivada por sustancias que no se alteran en el curso de la reacción. El cuerpo capaz de producir la transformación catalítica.
Mila, ahora lo veo,  lo entendía muy bien.
Eugène lo sabía, claro. Me buscó para ello. Mi sola presencia atrae y provoca la reacción, pero mi intervención debe ser evitada: no debo pensar por mi cuenta. Tan sólo estar.
Mi intuición, que me lo reveló en su momento, estaba también cegada.
¿Queda algo más, dentro de mí, conmigo, que no esté a la vista? ¿O lo ha habido?
Ahora que ella ya no está para evitar que piense y saque mis propias conclusiones, ¿debo hacerlo?¿Quiero hacerlo?
Lo único que me ha quedado es un dolor profundo, un profundo vacío. ¿Se puede reconstruir algo desde esa  dolorosa nada?
La razón me inclina a abandonar, a huir (es mi naturaleza más elemental), y tratar de olvidar. ¿Qué es lo que me lo impide?
Todo se vuelven preguntas sin respuesta. Es como si, de nuevo, se tratara de algo o alguien externo.
Pero ella ya no está para influirme.
I a
Con la noche, con la oscuridad, retazos de recientes acontecimientos vienen a atormentarme; de modo febril intento, enfrentándome a la resaca, poner por escrito todo aquello que voy recordando, o reconstruyendo, con intención de curarme heridas recién abiertas o que yo creía ya cicatrizadas, más que con objeto de transmitir mis sensaciones:
Me resulta muy difícil.
Aún sabiendo que lo que escribo no está destinado a ser leído. Mis lagunas e incoherencias son tales, que la posibilidad de que alguien leyera todo esto se me antoja arriesgada, porque yo enviaría a visitar al psiquiatra a cualquiera que me pusiera delante semejante colección de insensateces...

II
Sin embargo, al final, para mi sorpresa, mientras releía alguno de los absurdos párrafos que había tratado de entrelazar, con dudoso éxito -manipulando nervioso el olvidado “tubo” entre mis dedos- tropecé con el mensaje olvidado. Un mensaje de desesperada esperanza:
Los últimos apresurados consejos e informaciones de Mila, la Sirena...

II a
Como una revelación, una masa ingente de información irrumpe en mi cabeza, rellenando huecos en mi memoria, ocupando espacios vacíos, aparentemente inútiles, organizando ideas y estructuras...
Mientras contemplaba escéptico mi relato incoherente, apretando con nerviosa suavidad el Tubo, como un soplo mágico, la voz de Mila, transmutada en sirena, pero indudablemente ella, me explicó los cuándos, los cómos y los porqués.
Ahora comprendo lo que se ocultaba tras los cuentos de sirenas que Eugène, en la oscuridad, me contaba. También por qué un suave y familiar cosquilleo asciende desde mi mano, que sostiene el Tubo.
Ciertamente, no lo puedo dejar por escrito.
No sólo porque resulta complicado, ajeno al mundo en el que nos movemos; existe además un necesario compromiso de silencio. Existen mundos prohibidos a los insignificantes humanos.
En cualquier caso, y como soy consciente de la imposibilidad de romper por escrito tales secretos, aún intencionadamente (ahora comprendo que la forma críptica de escribir de los alquimistas es simplemente necesaria, impuesta por la imposibilidad de transmitir determinados conocimientos por medios humanos convencionales), dejaré escrito todo lo que pueda sin parecer atacado por la locura.
Intentaré al menos mantener una cierta coherencia, si ello resulta posible.
He de adelantar que no tengo acceso, ni lo tendré, al conocimiento del futuro, y menos aún a la manipulación del tiempo: He de conformarme con el humano devenir, y apoyarme en la fe y la esperanza, como cualquier cristiano.
Por eso me encuentro ahora en la necesidad de tomar una decisión de la que dependerá el decurso de los acontecimientos cercanos; y he de hacerlo sólo, sin ayuda, si logro encontrar dentro de mí un resto de valentía, o de insensatez.
Mi situación interior es crítica, llegada a un punto de inflexión.
El doctor Simón, ahora lo entiendo, no puede ayudarme.
No está.
De alguna forma, nunca estuvo: El doctor y Eugène son, de alguna manera, una misma persona, forman parte de un mismo ser en un nivel superior (eso explica algunas actitudes de Eugène que me desconcertaban, como la anciana sabiduría que a menudo demostraba, incongruente con su evidente juventud; pero eso antes no lo podía ver, me estaba vedado imaginarlo siquiera). El doctor, en el fondo, sólo ha existido en mi imaginación: Sólo yo podía verlo. Lo he creado para justificar y resolver situaciones que de otra forma serían absurdas.
No es tal como yo lo explico, me doy cuenta, pero no soy capaz de expresarlo de otro modo.
La Teoría de Supercuerdas, que implica doce dimensiones reales (el dodecágono simbólico que el doctor parecía querer descifrar), la escalera cuántica (la escalera de Eugène...), las múltiples variaciones sobre diferentes vibraciones que cambian el aspecto y el valor relativo de las cosas y los seres según un ángulo de visión y una frecuencia de resonancia del sub mundo que ocupan, no son sino infantiles aproximaciones, aunque desvelan una parte de este conjunto inexplicable para nuestra limitada capacidad mental; pero no alcanza a expresar la simbiosis de seres que comparten mente pero coexisten independientes en un mismo mundo, en un cruce inimaginable de tiempos y espacios.
Lo cierto es que, lo sé, el doctor fue arrastrado por Sereira, con ella, sea cual sea su destino actual en el tiempo y en el espacio. O lo será de inmediato, no me cabe duda. Ya está su cara borrándose de mi mente...
Al igual que Mila -creo que lo intuía, y ahora lo sabe- estaba condenada a ser arrastrada por Hugo, por su otro yo, elegido o forzado, como de hecho acabó sucediendo.
Como yo me veo ahora arrastrado por mi oscura sombra, mi otro yo traidor, causante de mi actual ruina:
Reconocí -creí reconocer- a Marta. Pero eso no era todo. Las facciones que reconocí de Marta eran, a un tiempo, la expresión y la mentalidad mezquina de Ángel, y a la vez, lo intuyo, era, soy, yo mismo.
Yo mismo enredándome en mi confusa aventura.
No me sirve de nada saberlo; ni me justifica, ni me consuela.
Ni me siento suficientemente fuerte para rebelarme, para enfrentarme a mí mismo: Sería un empeño, ahora lo sé, inútil.
Sin embargo el conocimiento no cambia los hechos: Si bien no lo puedo probar, siento que Eugène, Sereira, se sacrificó por mí: Luchó por mí contra mi sombra interior.
Quiero pensar que la derrotó. Me lo sugiere la libertad que siento dentro de mí. La libertad que me abruma ahora. La posibilidad de decidir, que tenía limitada, atrofiada. La amarga verdad os hará libres...
La responsabilidad que ahora no puedo eludir.
Su destino, el de Eugène, parece ahora depender de mí. De mis acciones u omisiones: Ahora sí.
El conocer sistemas, formas, teorías, detalles, no me va a ayudar mucho sin embargo; ahora sé lo que tengo que hacer, por otro lado.
Ahí permanece la posibilidad: el margen de seguridad que, sin explicaciones, se tomó el doctor:
Mañana, 24 de Junio, el solsticio de verano repetirá el ciclo de la maquinaria cuyo arranque anticipado desencadenamos ayer.
Es mi segunda oportunidad.
Pero no me decido: Conozco mi debilidad, mi inconstancia, mi ignorancia, mayor cuanto más informado estoy...
Tengo unas horas para meditar. Pero no quiero pensar más. Desearía que el tiempo corriera más deprisa. Escribiré, que es lo único que sé hacer...

III
Mi intención era plasmar por escrito lo que hasta ahora he podido ir averiguando, o me ha sido mostrado más bien, por ver de clarificar mis ideas; no recuerdo que este sistema me haya dado resultado nunca, pero al menos desahoga y ocupa el ocio inútil.
Pero ahora lo necesito para que me ayude a tomar una decisión que ya no se puede retrasar.
Trataré en la medida de lo posible de analizarlo desde un punto de vista maniqueo, para facilitar la trama, aunque ya adivino que será imposible.
(Nunca he pretendido, ni me apetece normalmente, dialogar con el lector. Mi obligación profesional consiste en gran medida en arrastrarlo, manipularlo, llevarlo donde yo quiero para que observe el punto de vista que yo le muestro, y el lector ha de ser cómplice de ello para que la historia inventada tome visos de realidad; ahora, en cambio, necesito trasladar mis dudas, y, buscando ayuda, necesito que el lector participe, se implique y aporte soluciones y puntos de vista diferentes del mío. Trato de ser objetivo, imparcial, de ofrecer hechos que me son incomprensibles, para obtener un feedback, un retorno que me aporte la mejor salida. Pido consejo. Sé que es irregular, pero nunca antes había yo penetrado en mis propias novelas sino como narrador. El papel de protagonista me resulta excesivamente duro. Mi editor sin duda estaría en desacuerdo con estos planteamientos...).

III a
Sucede, sin embargo, que me siento responsable de que ciertas informaciones y circunstancias alcancen a ser develadas, sean cuales sean las consecuencias.
Y para hacerme entender por medios convencionales -que ahora encuentro tan primitivos- he de primero suavizar lo que, por experiencia directa que deseo compartir, ha cambiado mi forma de entender la vida.
Por eso he querido hacerlo pasar por ficción, literatura comercial (...)

IV
Evidentemente, todo esto está escrito antes de...¿Por qué tengo esta sensación de déjà vu, de eterno giro?: Porque, a pesar de todo, soy consciente de que el presente, el pasado y el futuro se mezclan sin posibilidad de separarlos en mi mente, que temo irreversiblemente dañada.
Pero esto ya estaba escrito...

IV a
“La sensación buscada, de incógnito, impersonal, ha sido claramente superada por la realidad: No solamente no he pasado desapercibido, sino que me he integrado involuntariamente en una trama que enlaza, aún no sé cómo, con la vida interior y anterior de Aranjuez, el pueblo provinciano donde intenté ocultarme para escribir, ajeno a mi mundo particular, neutro.
Ahora por el contrario estoy perfectamente definido como participante en una guerra en la que no creo, en un bando que yo no he elegido, ni comprendo.
Tengo por primera vez implacables oponentes que no he buscado ni me producen rechazo visceral, como debiera hacerlo un enemigo: Contra mi voluntad, he participado en alguna refriega que, por pura chiripa, se ha inclinado a mi favor. Un enfrentamiento ni deseado ni sospechado.
Y sin embargo, no queda mucho más que indiferencia y escepticismo por mi parte.
Aunque he de admitir que esto último no es cierto en la medida en que mi implicación sí es fuertemente emocional, personalizada en Eugène.
Pero estoy casi convencido por mi razón de que ella tan sólo me utiliza para sus fines. A no ser que entienda sus abandonos nocturnos como algo más que un placer mecánico, al que siempre pareció muy dispuesta, por otro lado”.
“Yo sé que actualmente, si desapareciera de mi vida, sería como arrancarme algo más que la mitad de mí mismo.
No estoy seguro de si el sentimiento es recíproco. Pero no me atrevo a plantear el asunto directamente: Sería ponerme, aún más, en sus manos, y prefiero hacer una mínima reserva para usarla cuando sea menester, situación que espero que tarde.”
Pero todo esto ya estaba escrito, (cortar y pegar,... revisar más notas...).


Índice / Index

Juan Antonio Pizarro Martín ©